La idea del confort, y de la acumulación de riquezas parte de un complejo de necesidad y supervivencia no resuelto, en donde el miedo y el instinto se conjugan para volvernos despiadadamente ambiciosos y codiciosos. Esto nos lleva a una cultura basada en la explotación, el culto al poder y al dinero. La expansión del poder político y económico, se ha basado en esquilmar a una naturaleza relativamente independiente y convertirla en servil y totalmente doblegada a la avaricia humana.
Vivimos en un paradigma de desarrollo y progreso dominante, donde una economía neoliberal centrada en la lógica del mercado, lleva hasta las últimas consecuencias la explotación de las funciones y capacidades de la naturaleza para convertirlas en ganancias y dividendos. En la cual todas las instancias de la cultura son reducidas a los valores de la lógica del mercado. Bajo esta lógica, los limites no existen y solo son determinados por el agotamiento de los recursos y la desaparición de las especies.
En contrapunto a este estado de cosas surge el “desarrollo sostenible” que intenta mantener los parámetros básicos de este modelo de organización social, basado en el crecimiento económico a través del consumo y la acumulación, pero que intenta reconocer esta falta de límites, como fallas en las estrategias de producción o falta de soluciones tecnológicas e intenta integrar los intereses ambientales en la dinámica del mercado, como si estas medidas pudieran detener la torpeza con que avanza la civilización hacia la destrucción de su propio hábitat.
Son los momentos de reflexión y recogimiento interior, en donde el hombre tiene la oportunidad de ver con más claridad, los propios pasos y la dirección que marca su rumbo. Pero estos momentos son cada vez más escasos y difíciles de encontrar ya que estamos sumidos en la era de la entretención y nos orientamos más hacia una celebración carnavalesca que a un recogimiento sagrado para encontrar nuestro camino hacia la paz, el amor y la abundancia.
Sin estos momentos difícilmente podamos ver que estamos atrapados en este complejo de miedos e instintos que cada día nos alejan más de aquello que anhelamos y que nos impulsa a seguir consumiendo más y más sin importarnos que la naturaleza no pueda renovarse para las próximas generaciones.
Sin la reflexión y el recogimiento interior, antes de la celebración, la avaricia, la codicia, la gula, no nos dejaran disfrutar de lo sagrado en el otro, en la naturaleza y en la existencia misma y todo seguirá siendo un valor de mercado y seremos parte de esta guerra despiadada por la acumulación de riquezas sin distribución solidaria y producción eco sustentable.
Ignacio Conde Nota Publicada en la Revista Convivir en Agosto de 2018
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