Hoy en día el consumidor está entrando en un plano de conciencia más adulto con respecto a los alimentos y los productos de cosmética e higiene que usa. Comienzan a desnudarse muchas estrategias comerciales y de marketing de las cuales, hasta hace menos de una década, no eran conocidas más que por unos pocos.
Pero qué es lo que mueve a las empresas corporativas a realizar estas estrategias sino es claramente un afán de lucro desnaturalizado, donde no importan las personas sino los dividendos. Además las empresas corporativas saben cómo somos y funcionamos las personas aferradas a nuestros miedos y creencias de seguridad, lo estudian en profundidad y lo explotan sin piedad.
A la mayoría nos pasa que frente a un conflicto entre lo que me dice el médico y lo que yo siento que me hace mal, por miedo elegimos lo que nos dice el médico sufriendo resignadamente un malestar amparados en una falsa seguridad de que todo va a estar bien. En realidad, si le decimos al médico si no se puede buscar otra alternativa porque ese medicamento nos genera mucho malestar, probablemente nos presentará esa alternativa.
Salvando la circunstancia de que en Argentina cuando opinamos sobre un tema médico, nos convertimos en médicos como cuando opinamos de futbol nos convertimos en DT. Muchos no se animan a preguntar y muchos no se quieren enterar de los vericuetos de la industria, porque entonces “tengo que hacer algo al respecto”.
Muchas empresas corporativas, antes del lanzamiento de un producto, hacen un estudio de mercado muy exhaustivo sobre los gustos de la gente segmentada por edad, sexo, clase social y zona de pertenencia. Incluso se lanzan productos similares pero diferentes por zonas geográficas diferentes para estudiar las reacciones de la gente ante un sabor o un aroma particular para saber cuál es el que se va a masificar después. Ven a la población y al consumidor como un gran campo de estudio y experimentación.
Se estudian los deseos y necesidades de la gente y se desarrollan productos que puedan cubrirlas minimizando los costos y maximizando la rentabilidad. No desarrolla un producto para que sea bueno, infalible e irremplazable, sino para que lo parezca. No para que satisfaga, sino para que genere sensación de satisfacción, no para que dure, sino con una obsolescencia programada.
En ocasiones compramos un nuevo producto que limpia maravillosamente bien con solo pasarlo una vez igual que en la publicidad y nos enamoramos de él y quedamos encantados, para descubrir al poco tiempo que ya no es lo mismo, que debemos pasarlo 5 veces. Nos presentan un producto y cuando esta impuesto se baja la calidad para abaratar los costos y nos mantienen cautivos con la marca y la publicidad.
Nosotros, los consumidores, le otorgamos ese poder y creemos que por eso ellos saben más y son expertos en lo que hacen y eso nos da una sensación de seguridad, que tal o cual marca no nos va engañar, porque si es esa marca, es bueno de verdad y no solo un slogan. Nuestra propia psicología nos va encerrando en un laberinto de miedo vs seguridad que el propio marketing de las empresas corporativas va creando como una ingeniería social que raya la paranoia.
¿Estamos indefensos frente a este estado de cosas? No, pero como ellos son los que experimentan, los creemos experimentados y dejamos de experimentar por nosotros mismos, a excepción de las posibilidades que ellos mismos nos brindan. Si tenemos la valentía y recuperamos nuestra propia seguridad no basada en las premisas del marketing que ellos nos brindan, es probable que nos animemos a experimentar otras alternativas más saludables, pero esto no es tan sencillo ya que tenemos que desarmar todo un andamiaje que hemos construidos desde la más tierna edad absorbiendo publicidades desde la cuna, formateándonos y programando nuestras creencias más básicas.
El miedo es importantísimo para nuestra seguridad y ser valiente no es no tener miedo, ser valiente es intentarlo a pesar del miedo, porque si no tenemos miedo, no hace falta ser valiente, pero estamos expuestos. El miedo es una válvula de seguridad de nuestro sistema que nos alerta contra un peligro posible, imaginario o real y depende de nosotros desenmascarar ese miedo como real o imaginario.
Muchas de nuestras creencias más básicas son impuestas por la cultura, la religión, la familia, la escuela, pero en las últimas décadas, más que nada por el marketing y la publicidad. Puede pasar que un día reaccionemos contra este sistema de cosas y nos volvamos militantes de la ecología, del medio ambiente, del maltrato a los animales, pero si lo hacemos desde el mismo sistema de creencias, no vamos a llegar muy lejos. Porque ese sistema no es coherente y nos llenó de contradicciones y no de respuestas o soluciones. Desde ese sistema de creencias no podemos profundizar, porque esta generado justamente para que compremos todo hecho y el hecho de tener que hacerlo por nosotros mismos nos da miedo y nos paraliza.
Después vemos un producto o un emprendedor que intenta mejorar esta situación orientándose a una vida más saludable y descargamos nuestra impotencia y nuestra bronca criticando con todas nuestras fuerzas sus defectos, sin ver sus virtudes. Como si fuéramos militantes de lo contrario. Aceptamos como natural todos los productos industriales que están generando un desastre ecológico sin precedentes y descargamos nuestra rabia y nuestra furia con los que están intentando hacer algo mejor.
Si tomáramos conciencia que la vida no es un Boca-River y pudiéramos ver que hay detrás de cada emprendimiento y apoyáramos lo bueno y criticáramos lo malo, posiblemente ayudáramos como consumidores a mejorar este estado de cosas. Pero aquí se suma algo más al miedo y la seguridad, que es la ignorancia. Hablamos como expertos de lo que no sabemos, cuando tenemos todo el derecho a opinar, pero también la obligación de informarnos primero. Podemos criticar un producto de ducha para niños porque su envase es de plástico y no de vidrio que es reciclable, pero no tomamos en cuenta otros aspectos, como que un envase de vidrio para la ducha de un niño es un peligro de accidente inminente.
No vamos a mitigar nuestro miedo enmascarándonos en una falsa seguridad del marketing. Tenemos la obligación de informarnos y ser valientes a la hora de experimentar otras alternativas. Pero para esto debemos todavía recorrer un largo camino, porque si no saltamos de un extremo al otro sin tener un verdadero proceso de experimentación y crecimiento que nos brinde la herramientas necesarias para poder cambiar este estado de cosas y dejar de ser cautivos rehenes del marketing y la publicidad de las grandes corporaciones que digitan nuestros deseos y necesidades.
La seguridad de la salud en nuestras familias está relacionada directamente por el amor y la higiene en nuestras cocinas. Pero hoy ya no cocinamos, compramos todo hecho, industrializado. La higiene se torna ficticia cambiando mugre orgánica por tóxicos químicos. Entonces el amor ante la falta de tiempo para cocinarnos y tener una higiene saludable, debería estar puesto en protegernos como familia informándonos y profundizando sobre lo que verdaderamente nos hace bien consumir y no sobre lo que nos da una mejor sensación de bienestar aparente y temporaria.
El poder de la demanda genera la oferta y no al revés como estamos acostumbrados por el marketing y la publicidad.
Ignacio Conde
Nota Publicada en la Revista Convivir en Abril de 2016
0 comentarios