Un Bálsamo para La Madre Tierra
La Naturaleza en su esplendor suele ser un bálsamo para el corazón. Cuando el corazón se sincroniza con la naturaleza, despierta la conciencia interior. Un río, un lago, el mar, una cascada, nos conectan inmediatamente con la emoción, la empatía. La comunión es directa, profunda y abismal, aunque nuestra mente sienta la necesidad de contarlo como si lo vieran otros, reinterpretándola. Si nos dejamos llevar, nos transporta a una dimensión interior de vínculo con la naturaleza, donde lo que se despierta es la conciencia de la experiencia, es directa, honesta y sincera, aunque dure un instante, es verdadera.
No permitas que se rompa el encanto con la Naturaleza, esa conexión es el cordón umbilical por donde nos llega el alimento cósmico. El encantamiento que produce lo insondable, lo incognoscible a pesar del miedo y la cautela que nuestra mente dispara sobre ello, cargada de prejuicios y creencias, nos revela la mágica belleza de lo perenne. Ese factor inefable de la Naturaleza que nos hace temerle, también nos lleva a querer conquistarla, a querer dominarla o destruirla, como a todo aquello que se teme y no se puede controlar.
Si bien el elemento agua nos conecta con nuestra emoción interior reflejándonosla, el elemento tierra nos manifiesta nuestra mente y sus laberintos, sus cuevas platónicas y sus bosques míticos, donde se esconden las más maravillosas y las más retorcidas de las raíces de nuestras creencias; donde permanecemos hipnóticamente hechizados reinterpretando nuestras experiencias según las teorías de otros y perdiendo la conexión directa con la existencia. Lo insondable de las grandes cuevas o los grandes bosques nos provocan un terror pétreo y abismal, pero también puede ser una reconexión con el abrigo del útero cósmico que nos contiene y nos nutre para despertar en el jardín de las experiencias vivas, saliendo del mundo de las sombras a la luz.
No existe aire más limpio y profundo que el que encontramos al elevarnos por encima de nuestras cabezas, a la inmensidad de las alturas y desde allí contemplar la cúpula del cielo como si pudiéramos atravesarla con la mirada; y trasportar así nuestra conciencia más allá, hacia las estrellas. Pero también el aire viciado y contaminado de los pantanos letales de nuestra civilización – oscura quimera despiadada y antropófaga- ha alimentado el fuego de la destrucción para dominar en el caos, lo que no se controla en el orden infinito y maravilloso de la Naturaleza, y nos dejan sin aliento ante un apocalipsis temprano.
No dejes que te separen de la madre tierra a través del miedo y la manipulación, no creas que la ciencia reemplazó a Dios, no permitas que la arrogancia, la cobardía y la ignorancia decidan por vos. No creas que lo insondable, lo inefable y lo incognoscible no existen, sólo porque el hibrido de la ciencia intenta hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Eres el hijo todo poderoso de la madre tierra, despierta de la ceguera, corre el velo de la manipulación y hazte uno con la conciencia planetaria.
Parados ante el fuego arrasador podemos inmolarnos, o transformarnos en espíritus rebeldes para que nuestras chispas enciendan los corazones e iluminen las mentes de millones de almas atrapadas en la inconsistencia de un sistema autodestructivo que prefiere la muerte de millones de seres antes que renunciar a sus intereses lucrativos.
Es ahora que suenan las trompetas, no podemos negarnos tres veces antes del amanecer de la Nueva Era, somos los que creamos el Nuevo Paradigma, los que imponemos o derogamos Leyes. Somos los que decidimos nuestro Destino y no dejamos en manos de corruptos e ignorantes el Futuro de nuestros Hijos. Somos el Quinto Elemento, la Nueva Consciencia, el Bálsamo de la Naturaleza que erradicará los males de la tierra. Somos los que portamos las semillas de La Luz, El Amor y La Verdad.
Ignacio Conde Nota Publicada en la Revista Convivir en Diciembre de 2020
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